CONTRA EL MIEDO

Noor Ammar Lamarty

Imagen : Fatima Zohra Serri / Instagram: fatimazohraserri


La literatura salva. Desde un lugar personal, íntimo, y que ni la más terrible de las torturas puede corromper. Porque la literatura permite soñar, y nadie puede rompernos los sueños con las manos, a base de violencia.


Así lo han descrito escritoras musulmanas bosnias violadas en los centros de concentración serbios, así los cuentan las iraníes cristianas y musulmanas revolucionarias en las cárceles de Irán de los años 70, así lo sintió la feminista que empezó el camino en el mundo árabe, Nawal El-Saadawi en las cárceles egipcias en los años 80 durante el régimen de Sadat. Así lo vivieron las mujeres republicanas durante la posguerra en España, y las judías y comunistas apresadas durante la II Guerra Mundial. Todas las supervivientes hablan de la salvación de la literatura en esos momentos de locura ininterrumpida que supone el exilio de la sociedad civil hacia la hostilidad de la persecución, la tortura y el encierro.


La literatura permite sobrevivir cuando no quedan muchos motivos para ello. Tengo la teoría de que el instinto de permanencia que mueve a escribir converge con el instinto de supervivencia en los momentos más duros. Es una forma de salvarse del suicidio intelectual. Pensar permite seguir existiendo. La literatura acaba siendo una oda al pensamiento más primitivo que nos habita.


Las mujeres hemos vivido y sufrido el asesinato artístico, político e intelectual. Renacer de las cenizas del borrado y la capa invisible que han echado sobre nosotras aún es una tarea por culminar . Nacer en un lugar u otro hace más ardua o larga la lucha. Por eso escribir sobre ello es un acto feminista revolucionario.


Y por eso la literatura nos salvó a muchas mujeres. Las que nos sentíamos perdidas en el intento de ser libres, sobrevivimos gracias a la herencia de vidas, historias y cometidos que otras habían logrado y que han trabajado para transmitirnos. Somos porque ellas fueron y tenemos la responsabilidad de ser para que otras sean. Su escritura fue paracaídas.


Me refiero a todas esas mujeres obstinadas y mal-llamadas cabezotas, que se encargaron de perpetuar la existencia significativa propias y ajenas a través de palabras y de inventar las que hiciesen falta para dar espacio a todas.


La literatura que nos salvó es la literatura que no nos engañaba. Que no intentaba convencernos para aguantar, aceptar y tolerar aquello que no creíamos justo. La que nos ayudo a sobrevivir emocionalmente al hecho de ser mujeres era la que nos hacía recorrer vidas de transformación de mujeres que caminaron valor y coraje , Las que con todo el miedo del mundo siguieron creyendo en sí mismas.


Los libros que nos salvaron son los que nos mostraron la posibilidad de existir de otra manera en el mundo. Una más justa, más coherente y menos tolerante con la violencia sobre nuestros cuerpos.

En “Historias de mujeres”, de Rosa Montero aprendí a ver a otras mujeres desde la generosidad de no juzgar sus excentricidades o sus miedos, alcanzando a entender cómo la opresión ha pulido nuestras neuras y ha tallado el patriarcado en nuestras espaldas física y emocionalmente.


Almudena Grandes en “Malena es un nombre de tango”, me hizo chocar contra mis adentros de adolescente rebelde . Me ayudó a sentirme tremendamente agradecida por haber nacido en una familia, con 6 tías, una abuela y una madre extraordinarias.


Hoy con perspectiva veo el inmenso esfuerzo que hicieron cediéndome el relevo, las herramientas de emancipación y el Derecho a equivocarme suficientes para ser la mujer que hoy soy.


Hoy, alrededor de un té, las escucho, me abstraigo, me imagino ajena y pienso en la bendita locura de que entiendan que me quiero dedicar a que las mujeres seamos más libres y vivamos un poco mejor. Atisbo el orgullo en sus ojos, se que saben que no podría haber sido de otra forma. Acepto lo agridulce que supone ver a la siguiente generación dar el paso que en el fondo que tu querías haber dado, pero llegaste demasiado pronto a la partida . Las abrazo con la fuerza de una hija/sobrina/nieta que valora la generosidad con la que no dejan de ayudarme a ser la mejor versión de mi misma.


Ojalá contarle a Malena, que yo tuve bastantes Magdas.


Los libros nos han contado que no éramos unas pocas en sentirnos jarrones con flores en el espectáculo teatral de los hombres que era en lo que se traducía nuestra sociedad.

Unas cuantas ingenuas no dejábamos de preguntarnos desde muy niñas por qué era necesario ser guapas, por qué nunca bastaba con que fuésemos inteligentes, trabajadoras y perseverantes. Por qué lo que nos ocurría a nosotras era menos relevante y lo que le pasaba a ellos era siempre divertido o importante.

Leer me cambió la vida, dictó mis sueños, y me hizo crecer con el complejo de reconocerme en muchas de “esas otras” o sea “las europeas”, y en las árabes (musulmanas o cristianas) que eran las parias, las encarceladas, las feministas, las revolucionarias.


No hay nada peor que una mujer nacida en un contexto islámico queriendo parecerse a las “otras”, o las “renegadas”. Pues esa fui yo. Yo y la cara de angustia de todos cada vez que contaba que quería ser corresponsal de guerra, y que quería escribir y hablar de lo que las mujeres sufrían. Tener de referentes mujeres como Marruja Torres o Ángeles Espinosa era paracaidismo emocional.


Me hacía muchas preguntas . ¿Por qué si Joumana Haddad árabe y armeniana reniega del catolicismo criticando sus bases patriarcales (como que las mujeres vienen de la costilla de un hombre) yo tengo que mirar hacia otro lado? ¿Por qué no puedo ser crítica con el islam que permite la poligamia o la herencia desigual como Nawal el Saadawi? ¿Por qué mis amigas Kohen eran apestadas por ser judías en un país musulmán?


¿Por qué todo el mundo tenía un miedo terrible a que yo me convirtiese en esa paria del heteropatriarcado islámico en el que a parte de ser guapa, tenía que encontrar un buen esposo musulmán y moderno, pero al que escuchar atentamente porque seguro que él sería más inteligente que yo? ¿Por qué nos amenazan con no ser válidas para ellos? ¿Por qué se nos inyecta el miedo?


¿Por qué tenemos nosotras que escribir en pseudónimo para hablar de sexualidad, deseo y poder? ¿Porque no nos llamamos Elisabeth o María? ¿Por qué tenemos que esperar que el mundo esté preparado para nuestra existencia en vez de imponerla?


Aún a día de hoy no se nos permite hablar alto. Aún tenemos que gritar a susurros muchas veces.

Por eso cada vez que entro en catarsis, y me rompo, y odio ese lado de mí que me hace callarme, recuerdo que esto empezó con las que empuñaron un bolígrafo para contarnos historias, para abrirnos camino.


Tenemos muchas gracias que dar. A las que nos permitieron soñar con escoger. A las que nos contaron que podíamos amar, pero que también nos iban a romper el corazón y que no pasaba nada. A las que nos empujaron indirectamente a soñar fuerte, y que nos contaron que a veces no hay agua en las piscinas, y tampoco pasa nada.


Porque como escribe Rosa Montero en “La loca de la familia”, culpable de que yo esté escribiendo esto ( que se me ocurrió mientras respondía a un email suyo ) : “Todas las persona, literatos o no, percibimos esa ansia de la singularidad de nuestro destino, el grito del yo que se siente único y el intento de reflejarse a sí mismo, porque uno escribe para expresarse, pero también para mirarse en un espejo y poder reconocerse y entenderse.”.



Si hoy escribir es un ejercicio revolucionario, quiero recordar que todo empezó leyendo.

Que seguimos luchando contra la cárcel intelectual.

Contra el miedo.