DESDE MOSCÚ Y SOBRE FEMINISMO por LUCIA DE CASTRO

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Es difícil, seguramente imposible, entender la evolución de la lucha de las mujeres por la conquista de sus derechos sin hablar de las mujeres rusas y de su trabajo dentro de la Unión Soviética, no solo para transformar al país en una superpotencia -partiendo de una sociedad feudal y atrasada-, sino para abrirle camino a las mujeres en un mundo que había sido de hombres.

Solo tres años después del triunfo de la Revolución, en 1920, las mujeres rusas se convirtieron en las primeras del mundo con acceso legal y gratuito al aborto. El decreto publicado por el Comisario del Pueblo para la Salud y la Justicia establecía en el preámbulo que las legislaciones que prohíben el aborto no habían causado más que practicas abortistas en la clandestinidad donde las mujeres eran víctimas de mercenarios, a menudo ignorantes. Evitarlo pasaba necesariamente por la legalización del aborto. La idea era comenzar la transición demográfica para reducir la natalidad y la mortalidad, y cambiar la estructura de la familia tradicional, la cual se consideraba uno de los pilares que mantenían al estado burgués. Muchas de las mujeres que participaron en la creación del sistema soviético defendieron cambiar las leyes para dar lugar a relaciones personales revolucionarias basadas únicamente en la igualdad. Así, se legalizó junto con el aborto el matrimonio civil y el divorcio, el cual creció mucho en los años siguientes. La diferencia entre hijos legítimos e ilegítimos se eliminó para que la mujer pudiese reclamar manutención infantil al padre sin la necesidad de estar casados. Las familias podían llevar el apellido de la mujer o del hombre, se dejaba la cuestión a la libre decisión de las parejas, y también se anuló la herencia. Estaban reconocidas ocho semanas de maternidad totalmente remuneradas y con servicios médicos gratuitos antes y después del parto. También era frecuente tomarse unos cuantos días de descanso por la menstruación. Todos estos cambios dieron lugar a una mayor independencia para las mujeres respecto a los hombres y mayor reconocimiento social de la igualdad entre ambos sexos.

La nueva legislación familiar soviética fue la más progresista que se había visto nunca hasta el momento, ya que abolió el estatus legal inferior de las mujeres y reconoció la igualdad en el sistema legislativo. La liberación sexual y la transformación de las relaciones personales se consideró prioritario para la transición del capitalismo al socialismo.

Las mujeres consiguieron el derecho a votar y ser votadas, y el estado fomentó su participación política en los asuntos de la vida pública. No había ninguna restricción laboral, pues podían ejercer cualquier profesión cobrando el mismo sueldo que los hombres, algo que aun hoy, sigue siendo una lucha por conquistar en muchos lugares del mundo. Para aliviar el trabajo doméstico, se crearon guarderías gratis con el objetivo de que las mujeres no tuvieran ningún impedimento a la hora de trabajar. Sin embargo, las mujeres rusas eran conscientes de que la igualdad había que fomentarla en el día a día y no únicamente sobre el papel. A iniciativa de las revolucionarias Alexandra Kollontai e Inessa Armand, se creó la Zhenodtel, una sección dedicada a la alfabetización de todas las mujeres para que fueran conscientes de sus nuevos derechos y pudieran ejercerlos.

Kollontai, siendo la primera mujer embajadora de la historia, desarrolló una gran campaña para poner fin a la prostitución. Decía que está causada por la desigualdad social, los salarios bajos, la dependencia económica de la mujer hacia el hombre y una mentalidad patriarcal que espera que las mujeres sean mantenidas a cambio de favores sexuales.

Explicó que cuando un hombre consume prostitución, no está considerando a la mujer como su igual, como una persona con los mismos derechos y la misma dignidad que él, sino que, muy al contrario, la ve como un objeto a su disposición. Ese odio hacia las mujeres que expresa el putero hacia la prostituta se reproduce hacia todas las mujeres en el resto de sus relaciones con ellas. Kollontai decía que la hipocresía burguesa condenada la prostitución como moralmente incorrecta, pero obliga a miles de mujeres a someterse a ella por las condiciones estructurales de pobreza en las que se veían inmersas. El capitalismo considera a las mujeres como objetos para la reproducción y el beneficio de los hombres con dinero y, dice Kollontai, se trata de un acto espantoso de violencia en nombre del beneficio material, es decir, de poder comprar comida, ropa o pagar una vivienda. Como ella bien enfatizó, la lucha contra la lacra de la prostitución nunca debe estar dirigida a castigar a las mujeres que se ven obligadas a ejercerla, sino contra el sistema que lo permite. “Debemos fortalecer el sentido de solidaridad en el seno de la clase obrera. Debemos fomentar este sentido de compañerismo. La prostitución obstaculiza el desarrollo de la solidaridad, y por tanto debemos apelar a los departamentos de la mujer para que comiencen una campaña inmediata para erradicar este mal”, dijo en el discurso La prostitución y como combatirla en 1921 durante la tercera conferencia de dirigentes de los Departamentos Regionales de la Mujer de toda Rusia.

Lamentablemente, el debate en torno a la prostitución sigue presente hoy en día. Pero un siglo atrás Kollontai ya lo dejó claro: el feminismo es abolicionista.

En general, la emancipación de las mujeres en el pensamiento bolchevique se basaba en el acceso al trabajo asalariado, su conciliación con la vida privada y la abolición de la familia tradicional, entendida como una herramienta para la mera reproducción de la clase trabajadora. Años más tarde, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres volvieron a demostrar que la sociedad no puede, de ninguna manera, funcionar sin su participación. En esta tarea, Lyudmila Pavlichenco evidenció que los hombres y las mujeres son capaces de hacer exactamente el mismo trabajo, en contra del pensamiento mayoritario de la época. Al acabar la guerra, fue condecorada como heroína de la URSS por su extraordinaria defensa contra las fuerzas nazis. Siendo en Rusia admirada y respetada, en una entrevista en Estados Unidos le preguntaron por el color de su ropa interior, si se maquillaba y si el uniforme le hacía gorda. Pavlichenco, atónita, se limitó a responder que en su país los hombres y las mujeres luchaban de igual manera en el campo de batalla.

Así, mientras que en Rusia las mujeres se empoderaban tanto en su vida privada como en todas las esferas de la vida pública, el resto del mundo seguía muy por detrás, aun limitando a las mujeres a un rol de amas de casa, madres y esposas. Sin embargo, hoy la historia ha dado un giro, y Rusia y los países que fueron tiempo atrás repúblicas soviéticas, representan todos los valores opuestos.

Los cambios en la sociedad empezaron en la década de 1930, cuando volvió una ola de conservadurismo social. El aborto se prohibió para promover la “responsabilidad familiar”. La homosexualidad corrió la misma suerte y se persiguió la prostitución desde un punto de vista punitivo, en contra de lo que había defendido Kollontai y la generación de los primeros bolcheviques liderados por Lenin. Seguramente, estos cambios comenzaron a marcar las transformaciones que dieron lugar a la sociedad tradicional, conservadora y altamente patriarcal que es hoy Rusia y el resto de los países del espacio

postsoviético. En la URSS, abolir lo que Kollontai consideraba la “esclavitud doméstica” de las mujeres era la prioridad. En un país donde el 80% de la población era campesina y había vivido toda su vida bajo la influencia de la religión, estos cambios tan radicales no fueron fáciles, porque cambiar las leyes es un paso que se puede dar con relativa facilidad si hay voluntad política, pero la transformación de la cultura y de la mentalidad de la mayoría es un proceso a largo plazo, cuyo éxito no está garantizado. A pesar de la igualdad salarial y otras medidas importantes para lograr la liberación femenina, la realidad era que las mujeres seguían haciéndose cargo del trabajo doméstico, sumando el trabajo asalariado. Por ello, criaron a sus hijas con el objetivo de que fueran las amas de casa perfectas para no tener que trabajar. Querían que tuvieran una vida fácil y sencilla, pero no pensaron en las consecuencias de la dependencia económica.

Hoy, la violencia misógina es sistemática y no se cuenta con una legislación que proteja a las mujeres. La violencia doméstica dejó de estar incluida en el Código Penal y pasó a suponer solo una pena de multa administrativa. Un año más tarde a esta reforma, se denunciaron un 20% de casos menos que en el año anterior. La impunidad hace que la mayoría de las víctimas no vean ningún incentivo en denunciar a sus agresores.

En la nueva Federación Rusa, la religión es uno de los mayores obstáculos para las mujeres. Desde el año 2000, la iglesia ortodoxa está integrada en el aparato estatal, dejando atrás los esfuerzos de la URSS por garantizar la separación iglesia-estado. Ahora, utiliza su poder de influencia para promover un modelo de feminidad basado en la maternidad. En la religión ortodoxa los sacerdotes suelen tener muchos hijos y son vistos como el modelo a seguir. Además, fomentan la idea de culpabilidad de las víctimas de violencia de género impidiendo las denuncias.

Más allá de la religión ortodoxa, buena parte de Rusia es de mayoría musulmana, como en la República de Chechenia. Los crímenes de honor son comunes y hay mujeres raptadas para obligarlas a convertirse en esposas. Uno de cada cinco matrimonios en Chechenia se lleva a cabo con mujeres que han sido secuestradas. El código de vestimenta islámico es impuesto, atacando a aquellas que consideran que no lo siguen, aunque simplemente estén llevando pantalones. A muchas se les ha negado su derecho a trabajar o acudir a espacios públicos si no se cubren la cabeza, aunque no tengan ninguna legitimidad legal para hacerlo. Chechenia ha sido acusada de imponer la ley islámica por encima de la ley rusa. El presidente Kadyrov ha expresado su apoyo a que los hombres tengan varias esposas, a pesar de que se trata de una práctica ilegal en Rusia. Sin importar las violaciones masivas contra la dignidad de las mujeres, las autoridades federales rusas hacen la vista gorda porque Kadyrov ha sabido contener a los grupos armados de islamistas radicales que hay en la región. De esta manera, el bienestar de las mujeres queda subordinado a otros intereses del estado y relegado a un segundo o tercer plano.

La defensa del feminismo y de la aprobación de una ley integral contra la violencia machista no forman parte de las propuestas políticas de los partidos de izquierda, menos aun de los conservadores. Incluso dentro de los movimientos progresistas, el feminismo se confunde con el activismo por la diversidad sexual, sin entender que nuestros problemas son distintos a los que puedan tener otros grupos oprimidos y que las mujeres no somos una minoría social más. El espacio postsoviético es el mejor ejemplo para demostrar que, como decía Simone de Beauvoir, bastará cualquier crisis política, económica o religiosa -como hubo en todos los países del bloque socialista-, para que los

derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Por ello, debemos estar siempre alertas y dispuestas a defenderlos contra el sistema patriarcal.


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