FÁTIMA SE DIRIGE A TI

KAMELIA SINAN BENNOUR


Querido lector/a,


Esta carta va dirigida a ti, tú que eres un afortunado/a y lo más probable es que no lo sepas. Tú me puedes ayudar, pero para saber cómo, te invito a que leas esta historia y te ruego que te concentres y que te permitas sentir lo que este testimonio te despierte.


Vengo a contarte la historia de la vida de una mujer fuerte, poderosa y luchadora, y a lo largo de este relato quiero que tengas más presente estos tres adjetivos que cualquier otro . A pesar de la pena que seguramente llegues a sentir, necesito que veas a esta mujer como lo que es: fuerte, poderosa y luchadora.


Más que la pena, pretendo que te despierte ganas de vivir, voluntad de luchar por aquello que quieres y que sea una historia que recuerdes cada vez que pienses que no puedes más o cada vez que te sientas afligido por problemas que en el fondo carecen de esa importancia que tú les das.

Te invito a que te imagines en sus zapatos y que logres percibir aquello de lo que realmente te vengo a hablar: la fuerza.


La fuerza que le hace levantarse cada mañana. Esa fuerza, que también tú tienes si has llegado hasta aquí, y solo tienes que reconocer y encontrar y que no es más que el amor. El amor que mueve a Fátima, que te mueve a ti también, que nos mueve a todos: amor por la familia, por los seres queridos, y en definitiva, amor por la vida, a pesar de las circunstancias, a pesar del entorno.


Fátima nació en 1983, en Marruecos, más concretamente en Khenifra, en el seno de una familia muy pobre. Tiene cuatro hermanos. Apenas recuerda a su padre, falleció cuando ella tenía tres años y a lo largo de toda su infancia y juventud ha visto cómo su madre luchaba por sacar adelante a sus hijos con los pocos medios de los que podía disponer, aceptando trabajos precarios y dejándose su salud en el camino.


Cuando Fátima cumple 12 años, a su madre le diagnosticaron insuficiencia renal y le mandaron someterse a un tratamiento de diálisis. Al otro lado del teléfono Fátima rompe en llanto y me explica: Fue lo más duro que he vivido nunca, ver cómo mi madre se marchitaba, se retorcía de dolor cada quince días, su piel se pelaba entera y lloraba pidiendo auxilio, mientras yo no podía hacer nada por ella. Nunca lo he llegado a superar, a día de hoy, muchas noches sueño con ella”.

Desde el diagnóstico de la enfermedad de su madre, Fátima ha tenido que dejar sus estudios y ponerse a trabajar para ayudar a sus hermanos. No había otra solución para la supervivencia de su familia.


A los 29 años, conoce a Ali, que llega a su pueblo para construir un pozo de agua, del cual se enamora y con quien se casa a los pocos meses. Antes, a pesar de su avanzada edad para el contexto cultural y social en el que vivía, no había querido dar el “sí”, porque no se sentía preparada para dejar a sus hermanos solos. Tras contraer matrimonio, Fátima se muda de su pueblo a otro de la provincia de Khouribga, donde pasa a tener una vida acomodada con su marido: “No tenía grandes lujos pero no me faltaba nunca un plato de comida o un lugar cálido donde dormir. No tenía la necesidad de aceptar trabajos miserables, éramos felices con lo que teníamos”.


Con Ali tuvo a dos niñas, en 2016 nace su primera hija y en 2018 su segunda. “Nos ha costado mucho tener hijos, pero Allah, finalmente, nos bendijo con dos niñas preciosas”, cuenta con nostalgia. Lo que Fátima no se esperaba es que su vida fuera a cambiar radicalmente tan pronto.


En 2019 le diagnostican cáncer de hígado a su marido: “he sentido sobre todo miedo, mucho miedo, a volver a sufrir lo que sufrí con la enfermedad de mi madre, y a perder al padre de mis hijas, a mi compañero de mi vida, al pilar de mi familia”.


La salud de su marido se deteriora aceleradamente por lo que deja de poder trabajar. No tenían ahorros, vivían al día, y de repente, Fátima se encuentra ante un escenario muy oscuro: dos niñas pequeñas que mantener y una enfermedad que consume a su marido lentamente.



Perdida y ahogada en deudas para poder financiar el tratamiento de su marido, alguien le habló sobre un trabajo que podría ser un hilo de esperanza: la recolecta de fresa en España. Fátima decide emprender el viaje a la ciudad de Ouarzazate para pasar el proceso de selección en la ANAPEC (empresa intermediaria de contratación).


Recuerda que ese día nevaba, hacía mucho frío, y tuvo que llevarse a su bebé, de apenas unos meses, porque no tenía dinero para comprar leche en polvo y debía amamantarla. Por la nevada se quedó cuatro horas atrapada en el autobús: Mi hija lloraba mucho por el frío, solo tenía una manta para envolverla, me angustiaba ver que estaba pasándolo mal por las bajas temperaturas y sentía mucha culpa por haberla llevado conmigo a ese viaje. Los viajeros me miraban con lástima, lo recuerdo como si fuera ayer”.


Cuando se encuentra en las oficinas de ANAPEC, lo primero que le preguntan es qué haría con su hija si iba a la recolecta, a lo que se limitó a contestar “dejarla con mi suegra”, es entonces cuando comienzan a hacerle preguntas sobre su situación personal. Antes de terminar de contar toda su historia, le comunican que su perfil es apto. Saque usted sus propias conclusiones, querido lector.


Fátima lo recuerda así: “Sentí alivio y esperanza, pero el trato que me habían dado ha sido vejatorio de principio a fin. Te tratan como si fueses basura. No solo a mí, trataban a todas mis compañeras con la misma soberbia”.


Le informaron de toda la documentación que tenía que aportar y todas las tasas que debía pagar, la cantidad total ascendía a casi trescientos euros. Fátima se puso enseguida a contactar con todas las personas que le podían prestar algo de dinero, y a buscar trabajos esporádicos que le permitieran reunir esa cantidad. En este punto quiero hacer un matiz, y es que trescientos euros para una familia como la de Fátima en Marruecos, es la cantidad con la que podrían sobrevivir casi tres meses. Es mucho dinero, esfuerzo y horas de trabajo.


Cuando por fin consiguió el dinero y reunió la documentación, volvió a la oficina de ANAPEC en Ouarzazate para firmar el contrato. Este punto es anecdótico y quiero contártelo con todo lujo de detalles. Fátima tuvo que presentarse para firmar un contrato escrito en español, idioma que no entiende y que, de todos modos, en caso de entenderlo, no le hubieran permitido leerlo. “Yallah, yallah” (“Venga, venga”), le decían al firmar. Fátima se armó de algo de valor para preguntar si podía al menos ver la fecha en la que tenía que partir hacia España, para organizar su marcha, delegar a sus hijas, los cuidados de su marido y, sobre todo, prepararse psicológicamente para la inminente separación de su familia que tanto la necesitaba. El encargado le levantó la voz y le indicó que se diera prisa, que de la fecha ya le avisarían ellos cuando lo estimaran oportuno.


Ese contrato lo firmó en 2019, y a día de hoy, Fátima sigue esperando. La ANAPEC no le da ninguna solución ni respuesta clara, no asumen su deber legal ante el incumplimiento del contrato ni tampoco contemplan la posibilidad de una reparación económica, puesto que una reparación por los daños psicológicos ni sería computable ni, desgraciadamente, posible. ANAPEC alega que no es su responsabilidad.


Casi tres años después, la vida de Fátima ha cambiado mucho. Subsiste gracias a haber encontrado un trabajo como limpiadora para una familia, sin embargo, sigue arrastrando deudas desde 2019 y no ha podido hacer frente a todos los gastos que suponía el tratamiento de su marido.


Hace una semana, el médico me dijo que ya no llevase más a mi marido al hospital. El cáncer se lo ha comido por dentro, es definitivo, ya no hay nada más que hacer. Lo que más me duele, es ver cómo los analgésicos que tengo la posibilidad de comprarle (los más económicos) ya no le hacen ningún efecto, no duerme del dolor, sufre, sufre mucho. No he podido hacer nada por salvarle la vida al padre de mis hijas. Me levanto cada hora para comprobar que sigue vivo, y yo, vivo con el miedo de que llegue el momento de su partida. No estoy preparada”, me contaba mientras lloraba desconsoladamente.


Esta mujer, a pesar de todas las desgracias que ha vivido y está viviendo, al acabar la entrevista, me confiesa : “Yo solo quiero saber si este año podré ir a la recolecta de las fresas a trabajar. Mi marido se va, pero mis niñas se quedan a mi cargo, quiero ahorrar un poco de dinero para poder darles una vida mejor y una vivienda más digna. Estamos viviendo en una casa de barro, cuando llueve nos mojamos, en invierno nos congelamos. Mis hijas no se merecen esto y estoy dispuesta a cualquier cosa para mejorarles la vida, aunque sea un poco”.


Si has llegado hasta aquí, probablemente estés compungido. Te recuerdo que lo que estás leyendo es una historia real, y está ocurriendo más cerca de ti de lo que te imaginas. Te he contado su historia y espero que hayas sabido ver en Fátima la fuerza de la que te hablé al comienzo de este relato. Fátima tiene una agudeza y una fuerza envidiables, por parte de todos aquellos que, por las misteriosas razones de la casualidad, hemos nacido solo más afortunados.


Hace un tiempo, le pregunté a una persona que admiro: “¿cuál crees que ha sido la clave de tu éxito?”, a lo que me contestó: "Seguir moviéndome y nunca parar, eso es lo que me ha distinguido. Probablemente no sea mejor que muchos que han abandonado, pero a diferencia de ellos, yo no me he rendido”. Creo que esta visión representa el modo de vivir de Fátima: seguir moviéndose, seguir luchando, aunque en diferente ámbito y diferente contexto.


Fátima se merece ser escuchada, se merece reconocimiento y admiración, se merece un pequeño homenaje, que tú, querido lector, también le estás otorgando si has llegado hasta este punto de la historia.


Fátima tiene la fuerza de quien acepta su destino, pero no se rinde ante él, pues aunque la vida nos ponga en el peor de los escenarios, el ser humano solo muere cuando mueren sus ganas de vivir, de amar, de luchar. En Fátima éstas siguen vivas por amor. Por amor a sus hijas, por amor a su marido. Y, por eso, me veo en la obligación de hablarte de su sueño: poder ofrecerle a sus hijas la posibilidad de estudiar para no sucumbir a un destino fatal como el que ella ha tenido que sufrir y combatir.


Y probablemente, tú, querido lector, no vayas a poder cumplírselo, pero sí puedes contribuir a acercarla un poco más a ese sueño, compartiendo esta historia, y en la medida de tus posibilidades, aportando al crowdfunding que desde WomenbyWomen hemos organizado.


Me despido de ti, querido lector, deseando que estas líneas hayan contribuido a ayudarte a ti también, a que algo dentro de ti haya sentido una llamada de atención que susurra: “eres un afortunado/a”.